Sobre esto podemos añadir que sí que ha produci-
            
            
              do un efecto, al menos, sobre la industria de tejidos:
            
            
              cuando el confeccionista y el gran detallista subcon-
            
            
              tratan a Asia, al final el tejido acaba siendo también
            
            
              asiático en muchas ocasiones. Lo mismo puede ocu-
            
            
              rrir, aunque menos, en contratos con Turquía. Pero
            
            
              en el Magreb no hay suficiente producción de tejido
            
            
              ni en volumen ni en calidad, así que los dadores de
            
            
              órdenes adquieren la materia en Europa para su en-
            
            
              trega a los talleres del Norte de Africa.
            
            
              Déjenme llevar el discurso más allá, hacia el terre-
            
            
              no de la reindustrialización. Es éste un campo de jue-
            
            
              go muy delicado, que se presta a la discusión... y que
            
            
              en la Europa comunitaria parece tabú. No así en los
            
            
              Estados Unidos, donde, tras muchos años de ser
            
            
              campeones de la deslocalización, se han dado cuenta
            
            
              de que la banca y los servicios no son suficientes pa-
            
            
              ra crear empleo, y que la industria tiene un fuerte po-
            
            
              tencial no sólo de crear y sostener puestos de trabajo
            
            
              directos, sino de inducirlos en muchas actividades
            
            
              que orbitan en su entorno.
            
            
              Los EE.UU. llevan unos años, en efecto, aplican-
            
            
              do políticas activas de recuperación de su industria,
            
            
              sin hacer ascos a las subvenciones, algo que en Euro-
            
            
              pa nos eriza el cabello.
            
            
              Existen otros modos de contribuir, sin embargo, al
            
            
              fomento del renacimiento industrial. El más sencillo
            
            
              es dejar de poner obstáculos.
            
            
              Nos contaban durante la realización de este núme-
            
            
              ro el caso de empresas que han sufrido durante los
            
            
              años últimos numerosas inspecciones (de seguridad
            
            
              laboral, conformidad de instalaciones, seguridad me-
            
            
              dioambiental y un largo etcétera), hasta el punto de
            
            
              tener un mismo día a dos inspectores diferentes ha-
            
            
              ciendo cola. Es bueno exigir que la industria sea lim-
            
            
              pia, segura, y verificar que no opera en régimen de
            
            
              economía sumergida. Pero un exceso de celo lo úni-
            
            
              co que logra es detraer recursos empresariales, en
            
            
              forma de tiempo de gestión.
            
            
              En sentido inverso, por el contrario, las licencias
            
            
              tardan meses en resolverse, y cuando llegan quizá ya
            
            
              no exista interés en la actuación para las que se
            
            
              habían solicitado.
            
            
              En fin, son sólo síntomas que denotan una cultura
            
            
              de las administraciones públicas (municipales, au-
            
            
              tonómicas, estatal) respecto a las empresas, de talan-
            
            
              te más inspector-represor (en ocasiones recaudador)
            
            
              que de fomento y apoyo.
            
            
              Eso es lo mínimo que se puede exigir: una actitud
            
            
              más positiva respecto a la industria. Pero también se
            
            
              podría pedir más. En los EE.UU. ese debate sobre la
            
            
              reindustrialización está abierto y es muy potente. La
            
            
              «Harvard Business Review» de marzo ha dedicado
            
            
              la mayoría  de su número de marzo, de 170 páginas,
            
            
              con carácter monográfico a la reindustrialización,
            
            
              aunque no haya empleado ese nombre en ningún ti-
            
            
              tular. También allí hay que ser cautos con las pala-
            
            
              bras, y los temas se han enunciado como «Reinven-
            
            
              tando América» y «Restaurando la Competitividad
            
            
              de los EE.UU.». En su interior, artículos a favor y en
            
            
              contra de un estímulo a la re-localización (industrial
            
            
              o de cualquier otra actividad empresarial). Y unos y
            
            
              otros, con buenos argumentos. ¡Pero el debate, al
            
            
              menos, existe!
            
            
              Aquí hemos defendido en el pasado la deslocaliza-
            
            
              ción como vía de supervivencia de muchas empresas
            
            
              individuales. Pero sería oportuno pensar sobre la
            
            
              conveniencia de la re-localización (en el sentido de
            
            
              la recuperación de actividades deslocalizadas) como
            
            
              vía de futuro para uno o varios sectores (que no es lo
            
            
              mismo) y, desde luego, para un país. No es un debate
            
            
              de conclusiones claras. Pero lo sorprendente es que
            
            
              en Europa ese debate ni siquiera haya surgido. Al-
            
            
              guien debiera suscitarlo.
            
            
              n
            
            
              10
            
            
              
                TEXTIL EXPRES
              
            
            
              
                -
              
            
            
              
                SUPLEMENTO /
              
            
            
              
                EXTRA 200
              
            
            
              
                - MARZO-ABRIL 2012